martes, 9 de agosto de 2011

EL SISTEMA SE MUERE.



A la vista de cómo se van desarrollando los acontecimientos a nivel planetario, quizá debamos empezar a concluir que estamos en uno de esos agitados momentos en la historia que indica un próximo cambio de ciclo, una evolución hacia un nuevo modelo que significará una revolución económica, social y política.

 Es cada vez más obvio que la forma en que ha estado funcionando el mundo ya no funciona. Ha quedado obsoleta. Y no es algo que estemos descubriendo ahora, sino que ha sido una evolución hacia el abismo apreciada desde hace ya algunas décadas por sociólogos, economistas y expertos en política -no confundir con políticos a secas-.


Si miramos con algo de detenimiento únicamente el pasado día 2, de este caluroso mes de agosto, podemos hacernos una idea de la magnitud del fracaso de nuestro sistema.


A nivel económico seguimos inmersos en esta ficción especulativa a la que insisten en llamar crisis que, tras convertir un derecho tan esencial como es el de la vivienda en un producto financiero, se ha lanzado ahora al cuello de la deuda pública emitida por los Estados, poniendo en peligro la misma estabilidad mundial.

Todo ello fruto de un sistema económico que lleva desde su nacimiento proporcionando una distribución cada vez más injusta de la riqueza. Sistema que ha sido posible por la corrupción generalizada en la mayor parte de la clase política occidental. Un político corrupto no es sólo el que no paga trajes prevaliéndose de su cargo, que también lo es aunque a menor escala, sino que lo es más el que toma decisiones que perjudican a su pueblo en pago de favores previos a una oligarquía económica o de servidumbres no desveladas.


Es evidente e inevitable que de la injusticia económica derive injusticia política, con el establecimiento de democracias cada vez más limitadas en la que el aparato del Estado se vuelca en proteger el status quo de un sistema político donde existe una pluralidad acotada y, por tanto, que carece de libertad. La labor de los legisladores, con normas que sorprenden al conjunto de la ciudadanía con constantes prohibiciones y restricciones de libertades, es un ejemplo claro de ese Estado sobreprotector con la casta dirigente y del sistema existente.


A su vez, la agobiante represión política se traduce en una crisis social que ya ha dado lugar a una respuesta ciudadana contra los poderes establecidos en los que cada vez más personas ven al enemigo.


Aunque podemos identificar perfectamente todos estos parámetros en nuestro país, el fenómeno que parece preceder a una violenta mutación es internacional. Aqueja a los más grandes y a los más pequeños. A un EEUU que se ha aproximado a una ficticia bancarrota para así lograr sacarle a los norteamericanos otros 2,1 billones de dólares, que el mismo país que pide algo tan increíble como la inmunidad para los excesos que cometan sus soldados en un país extranjero injustamente invadido como es Irak.

 Y también a países como el nuestro, en el que asumimos como normal el que altos mandos del Ministerio del Interior pasen información a terroristas, que un banquero gobierne de hecho el país o el que la corrupción esté tan asumida que identifiquemos al corrupto con el “espabilao“.

Sin duda el sistema se muere, la incógnita es qué vendrá y si será mejor.

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